domingo, 10 de abril de 2011

Mi vida moderna



A Javier y sus perros
In memoriam

La cita es pactada casi por obligación. Una voz por teléfono ha insistido semanas atrás por una “charla rápida y sencilla”, con las pobres palabras que intentan consolar su dolor:

—Debemos difundir tu problema…

La voz de Javier se entre corta. Cuelga para no evidenciar su condición.

AÑOS ATRÁS

Llevaba una vida “normal”, casi monótona e imperceptible para los reflectores del juicio social. Su trabajo no era ni más ni menos que el acostumbrado; el trayecto a casa-oficina era un tránsito detenido por el tiempo, el flujo de personas caminando sin rostro ni voz (la vida “moderna” es así); un sol de las tres de la tarde, quemaba y asfixiaba  la multitud que sale a comer.
Su pensamiento no varía al de ayer, antier, hace una semana o un mes: Camión… Trabajo… Camión… El gris de la ciudad ha hecho de Javier uno más.
—¡Pásele, pásele… Todo rebajado a tres pesos!
—¡Súbale! Clínica 6, Pepsi , Unidad Santa Martha , Bosques de Escobedo…
El claxon del coche al lado de Javier suena sin cese y distorsiona un sonido casi imperceptible que ha roto con los habituales sonidos; apenas un llanto que proviene bajo sus pies roba su atención. Sus botas café claro (de construcción) tienen sangre en la suela gruesa que pisan la cola de un animal. Un gato negro de mediana edad permanece tirado al lado de la avenida, parece que ha sido arrollado y sólo ha llegado hasta la acera para esquivar otro aventón más…
Javier observa a su alrededor, todos miran al gato agonizar pero nadie detiene su paso; lo único que se limitan a hacer es ignorar o decir:
—¡Pobre!
Mira incrédulo la situación, pero más que por el animal moribundo, se sorprende de los demás.
—¡La vida moderna es así!

El gato con fractura de costillas, patas y mandíbula; salvó su vida milagrosamente, después de perder gran cantidad de sangre y lo peor: la indiferencia del animal racional.
Así, empezó Javier a salvar las vidas de cualquier animal: gatos, perros, pajaritos, tortugas y hasta peces. Afortunadamente, ahora no solo pensaba en lo habitual o llevaba una vida normal… Ahora prestaba su oído, vista y olfato a lo que había alrededor fuera de la rutina banal de un trabajador: la violencia, abuso y dolor de los animales.
Desafortunadamente, ya no podía desviar o ignorar el problema, como lo hicieron cientos de hombres que pasaron aquel día junto al gato. Ahora miraba en cada esquina de su camino a casa, perros enfermos, hambrientos, amarrados bajo un sol abrasador, sometidos a torturas por niños que buscan “diversión”, e ignorados por aquel fluir de hombres de esa ciudad gris a la que Javier ya no pertenece.
Fue así que ante la falta de una conciencia de los hombres, decidió albergar a cada animal que encontraba a su paso; primero empezó con los gatos, veinte para ser exactos; luego siguió con los perros hasta llegar a más de cuarenta.
No podía pedir más. Su deseo por salvarlos y tenerlos con él, se veía realizado y además era apoyado por amigos, vecinos y protectores independientes.
Su trabajo creció. Aquella rutina se veía alterada por el mantenimiento de su departamento de apenas unos metros: galones de cloro para limpiar; costales de croquetas y latas para alimentar; decenas de bolsas de arena (marca Misifuz) para los gatos, y kilos de periódicos para los perros; y cuando se podía dar uno que otro lujo, compraba pollo desmenuzado de premio para ellos.
Su salario que antes era justo para pagar la renta y una vida de “soltero”, se convirtió en insuficiente para su “familia” y para él. Mendigar, pues parecía que nadie podía ayudarlo económicamente, era una actividad diaria a la que tenía que recurrir.

Un día fue con el presidente municipal, pues le había enviado un citatorio por los animales que (según palabras escritas) “representaban un daño para la sociedad”.
—¡Mira cabrón… ya ves como es la gente! Mejor muévete de ese lugar a un terreno fuera de la demarcación, los ejidatarios no se dan cuenta. Te doy cinco mil pesos y ahí la dejamos.
Germán Romero Lugo, quien habría llegado hasta ahí por el PRD, se atribuía una confianza con Javier que se convertía en cinismo ante tales comentarios. Romero Lugo, ostentando cadenas de oro y paseando por “las calles de su gente” en una hummer h2 negra que contrastaba su color cobrizo de la piel, pedía a Javier que invadiera otro terreno (pero eso sí, fuera de la demarcación) para librarse de ese problema.
—Con cinco mil pesos compro la comida de medio día de ellos…
Javier le gritó.
Se retiró molesto, por las bárbaras palabras de “su presidente municipal”, por quien votó las elecciones pasadas creyendo en el “verdadero cambio social”.
Otro día más, tuvo que vender las pertenencias y los recuerdos de alguna novia que tuvo para sacar dinero, los lavaba, y otros los pintaba de colores para que no notaran el daño por el tiempo y ponía una etiqueta al frente con la leyenda “Gracias por darnos de comer” seguido de la foto de Tony y Fidel, un labrador que llegó en pésimas condiciones por ser violado por su antiguo “dueño”, con el ano destrozado y un miedo indescriptible; Fidel con más suerte, solo le quemaron sus huellas porque rasguñó al “hijo pequeño” de 13 años.
Algunos protectores le ayudaban con gastos y material en especie, pero a veces ni si quiera ellos tenían para mantener a sus otras manadas de perros y gatos, y dejaban de ayudarlo.
Días enteros se quedaba sin comer para “ahorrar” en gastos y utilizarlo para ellos. Recurrió incluso a ir a la central de abastos y esperar junto al puesto de croquetas al mayoreo, para ver quien olvidaba un encargo y “volarse” el costal.
¡La vida moderna es así! Que ni si quiera veían a Javier esperar horas para tomar un costal y llevárselo sin pagar…
En ocasiones creía que era tan invisible como los animales que el sólo veía.




PRIMERA ENTREVISTA
Teme por la seguridad de sus animales y por la de él, ha recibido cientos de amenazas por parte del municipio de Jaltenco, por denunciar en los medios lo ocurrido.
La cita se realiza en la casa del amigo, del primo de una protectora por temor a una trampa por parte de nosotros. Llega temeroso y las primeras palabras que cruza son:
—¿Quién los mandó? ¿De qué medio son?
Se limita a contestar las preguntas, tiembla su voz.
DÍAS ATRÁS
El peregrinar de casa en casa, de asociación a autoridades, de los medios o patrocinadores, lo agota y deprime por las negativas de ellos. Piensa en arrojar la toalla, pero su departamento que ahora comparte con más de cincuenta inquilinos y el coraje que corre por su venas, al enterarse de cada situación de ellos, hace que siga e intente ahora buscar el terreno que necesitan para habitar.
Un día, recibe la llamada que esperaba meses atrás, al abrir su cuenta de banco para donativos. Es Julia, su amiga que le da la buena noticia para al fin salirse de esa unidad habitacional.
—Ha sido una pesadilla seguir ahí con esos vecinos…
Los del 302 (departamento más cercano al de Javier), hicieron de todo para correrlo de ahí. Prendieron una bola de estopa bañada en alcohol afuera de la puerta de Javier, mientras salía por el alimento. Esperaban que el humo asfixiara a los animales y dejaran de aullar. Otro día mezclaron amoniaco con detergente para meterlo con una manguera por debajo de su puerta y esperaban que bebieran su mezcla. Incluso, le hicieron brujería con una bola de pelos y listones rojos que colgaba sobre la entrada.
Javier no podía hacer nada, tenía a las autoridades y a los vecinos de todo el edificio en su contra.
Desde esos días, dejaba encargada a su amiga Julia el departamento para que los cuidara, mientras él iba por el alimento.
Era un trueque rápido, le daban la comida y corría al departamento para no ausentarse más de lo debido.

Pronto corrieron la voz, algunos medios que empezaban y aun teniendo el ideal por el que se metieron en “esta chamba” de poder denunciar las verdaderas injusticias, lo entrevistan y graban su situación.
Por esa nota (que salió a las once de la noche en Cadena Tres), fue que se enteró un grupo que toca música de los Beatles, cuatro chicos que intentaban formar su nueva banda, que guardaron sus canciones para tocar “las que si jalaban”.
—El medio está tan peleado, que nos pedían cerca de ciento cincuenta mil pesos para hacernos publicidad por internet y otros doscientos mil si queríamos entrar a los festivales de rock que organiza “Bacardi”.
Optaron por los “covers” y por ayudar a Javier con su música. Organizaron un evento con toda una hora de música en vivo y bebidas de cortesía, el evento ameritaba una fiesta en grande. Pretendían juntar el dinero necesario para adecuar el terreno que ya habían encontrado para mudarse allá en unos días.
Algunos llevaron pintura para las bardas del nuevo refugio, muchos eligieron llevar costales de croquetas; quienes asistieron tenían hambre de música, pero más hambre por ayudar a Javier. Compraron de todo para apoyarlo, hasta hicieron playeras para recaudar fondos y salir de una vez del edificio. El evento terminó a altas horas ya de domingo, con borrachos necios y otros protectores queriendo continuar la fiesta. Fue así como se alcanzó la meta; y se lanzaban nuevas oportunidades para las decenas de animales que ya iban a tener un espacio más grande y con mejores atenciones que el reducido departamento de un mesías anónimo y sin recursos.
Paradójicamente, a un día de mudarse al terreno, con sus comederos, costales, juguetes y ropa empacada. Javier salió por un último donativo que le faltaba…

SEGUNDA ENTREVISTA

—Nos quedamos de ver por la Condesa, tratándose de donativos no puedo exigir que vayan hasta Jaltenco…
Eran aproximadamente las tres de la tarde, justo cuando el tiempo se detuvo para él.
Como acostumbraba al ausentarse, Julia cuidaba los animales mientras leía un Tv Notas o veía la telenovela del Dos; no solía llamar a Javier mientras se entrevistaba con un patrocinador o un donante, a menos que fuera una emergencia.

Javier se detiene unos minutos a comer en una cocina económica, pide dos tacos de guisado cada uno en diez pesos, para solo tomar del gasto lo necesario. El tono del teléfono de Javier (que es la nueva canción de Luis Fonsi), suena y en la pantalla aparece: Javier casa.
—¡Llegaron unas camionetas del antirrábico con uno hombres encapuchados!
Grita Julia, pues ya se encontraban en la puerta del departamento tocando como si quisieran derrumbarla. Cuelga sin decirle más.
Sube al coche y toma Av. Oceanía. Cada minuto avanza a penas 5 coches, el sudor escurre por su frente y el latido de su corazón oculta el de una ciudad con un tránsito detenido por el tiempo, el flujo de personas caminando sin rostro ni voz, un sol de las tres de la tarde, que quema y asfixia entre los coches que se encuentra.
Recibe otra llamada.
—¡Están matando a tus perros!
Toca desesperado la bocina, como si pudiera abrirse paso y tranquilizarlo esa acción. Cierra el puño de la mano derecha y pega en el volante mientras su llanto es incontrolable.

—En ese momento quería que me salieran alas…

JULIA

Cuelga el teléfono y trata de impedir la entrada a los encapuchados, les grita sin resultados y les pide que se identifiquen. La empujan fuera del departamento, su resistencia no sirve y solo hace que la tiren al suelo. Hay mucha gente alrededor, solo mirando una impunidad total; son sus vecinos que apenas hace unas horas le daban a Julia los “buenos días” y le pedían favores cuando llegaban a irse de vacaciones. Son esos vecinos que se quedan parados, mirando como tiran y le pegan a una mujer…
Mientras está en el piso, mira a siete hombres vestidos con chamarras negras y el escudo del municipio de Jaltenco, regresan a las camionetas, también con el escudo grabado,  sacan cinco machetes, tres cuchillos y una caja electrificada.
Entran sin que nadie los detenga. Cierran y espera afuera un hombre con rifle por si alguien intenta interrumpir su crimen.
Llantos, primero de gatos y luego de perros, salen de la puerta. La caja electrocuta a los veinte gatos de Javier, los perros son recibidos a tubos y machetazos.
Ella llama sin dudar a Javier
—¡Están matando a tus perros!

El agente le quita el teléfono y pide a los policías que llegaban al lugar que la remitan al MP.

HÉCTOR JOSÉ
Él, quien apenas conocía a Javier por el evento organizado un día atrás. Estaba cerca del municipio.
—Me llamó Javier para decirme que le habían avisado que estaban matando a sus perros. Corrí hasta el departamento de Javier y fui recibido por personas de negro, encapuchados con armas largas, machetes y tubos. Les pedí que dejaran de golpear y machetear a los perros.

—¿Eres el dueño de los perros? —Aquel hombre, que ni si quiera daba la cara le miró con una desvergüenza que enfermó por días a José.
—¡No! ¡Pero son de un amigo y vine a ver qué pasa!
La voz se le quebró ante los hombres que se le acercaban y ponían machetes cerca de su cara. En ese momento lo metieron al departamento, golpeándolo con los tubos y como si fuera poco, todos lo patearon hasta romperle sus costillas.
— ¿Sabes que estás metido en un grave problema?
Le dijeron los encapuchados, al mismo tiempo que lo tiraron junto a los perros agonizantes.
—Alcancé a ver a Tomás, un perro que gritaba desgarradoramente por el dolor de sus heridas. Otro perrito que al huir, de un machetazo le cortaron una patita y a pesar de eso siguió corriendo.
—¿Eso es lo que quieres? ¡Pues eso tendrás!

—Me aventaron sobre los perros masacrados. Me oyeron llorar por no poder hacer nada por los perros. Les grité a los vecinos y todos se quedaron callados. Afuera estaban policías municipales impedían entrar a cualquier persona. Junto con los animales destrozados, me subieron a una camioneta y no me permitían subir la cabeza, con las botas me la bajaban y quedé totalmente empapado en sangre de los perros. Al ver llegar policía estatal, sentí un gran alivio, pensé que me rescatarían, tengo muchos amigos en la policía estatal, pero no hicieron nada. Me amarraron con cinta canela los pies, manos y me llevaron al MP quien no encontró ninguna razón para consignarme, por lo que me volvieron a subir a la camioneta y me fueron a tirar hasta una pequeña barranca no muy lejos de aquí. Desde ahí me regresé caminando y aunque son las dos de la mañana, estoy vivo.

JAVIER


—¡No quiero hablar más del tema!

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