A Javier y
sus perros
In memoriam
La cita es pactada casi por
obligación. Una voz por teléfono ha insistido semanas atrás por una “charla
rápida y sencilla”, con las pobres palabras que intentan consolar su dolor:
—Debemos
difundir tu problema…
La voz de
Javier se entre corta. Cuelga para no evidenciar su condición.
AÑOS ATRÁS
Llevaba una vida “normal”, casi
monótona e imperceptible para los reflectores del juicio social. Su trabajo no
era ni más ni menos que el acostumbrado; el trayecto a casa-oficina era un
tránsito detenido por el tiempo, el flujo de personas caminando sin rostro ni
voz (la vida “moderna” es así); un sol de las tres de la tarde, quemaba y
asfixiaba la multitud que sale a comer.
Su pensamiento
no varía al de ayer, antier, hace una semana o un mes: Camión… Trabajo… Camión…
El gris de la ciudad ha hecho de Javier uno más.
—¡Pásele,
pásele… Todo rebajado a tres pesos!
—¡Súbale!
Clínica 6, Pepsi , Unidad Santa Martha , Bosques de Escobedo…
El claxon del
coche al lado de Javier suena sin cese y distorsiona un sonido casi
imperceptible que ha roto con los habituales sonidos; apenas un llanto que
proviene bajo sus pies roba su atención. Sus botas café claro (de construcción)
tienen sangre en la suela gruesa que pisan la cola de un animal. Un gato negro
de mediana edad permanece tirado al lado de la avenida, parece que ha sido
arrollado y sólo ha llegado hasta la acera para esquivar otro aventón más…
Javier
observa a su alrededor, todos miran al gato agonizar pero nadie detiene su
paso; lo único que se limitan a hacer es ignorar o decir:
—¡Pobre!
Mira
incrédulo la situación, pero más que por el animal moribundo, se sorprende de
los demás.
—¡La
vida moderna es así!
El
gato con fractura de costillas, patas y mandíbula; salvó su vida
milagrosamente, después de perder gran cantidad de sangre y lo peor: la
indiferencia del animal racional.
Así,
empezó Javier a salvar las vidas de cualquier animal: gatos, perros, pajaritos,
tortugas y hasta peces. Afortunadamente, ahora no solo pensaba en lo habitual o
llevaba una vida normal… Ahora prestaba su oído, vista y olfato a lo que había
alrededor fuera de la rutina banal de un trabajador: la violencia, abuso y
dolor de los animales.
Desafortunadamente,
ya no podía desviar o ignorar el problema, como lo hicieron cientos de hombres
que pasaron aquel día junto al gato. Ahora miraba en cada esquina de su camino
a casa, perros enfermos, hambrientos, amarrados bajo un sol abrasador,
sometidos a torturas por niños que buscan “diversión”, e ignorados por aquel
fluir de hombres de esa ciudad gris a la que Javier ya no pertenece.
Fue así que
ante la falta de una conciencia de los hombres, decidió albergar a cada animal
que encontraba a su paso; primero empezó con los gatos, veinte para ser
exactos; luego siguió con los perros hasta llegar a más de cuarenta.
No podía pedir
más. Su deseo por salvarlos y tenerlos con él, se veía realizado y además era apoyado
por amigos, vecinos y protectores independientes.
Su
trabajo creció. Aquella rutina se veía alterada por el mantenimiento de su
departamento de apenas unos metros: galones de cloro para limpiar; costales de
croquetas y latas para alimentar; decenas de bolsas de arena (marca Misifuz) para los gatos, y kilos de
periódicos para los perros; y cuando se podía dar uno que otro lujo, compraba
pollo desmenuzado de premio para ellos.
Su
salario que antes era justo para pagar la renta y una vida de “soltero”, se
convirtió en insuficiente para su “familia” y para él. Mendigar, pues parecía
que nadie podía ayudarlo económicamente, era una actividad diaria a la que
tenía que recurrir.
Un
día fue con el presidente municipal, pues le había enviado un citatorio por los
animales que (según palabras escritas) “representaban un daño para la
sociedad”.
—¡Mira
cabrón… ya ves como es la gente! Mejor muévete de ese lugar a un terreno fuera
de la demarcación, los ejidatarios no se dan cuenta. Te doy cinco mil pesos y
ahí la dejamos.
Germán
Romero Lugo, quien habría llegado hasta ahí por el PRD, se atribuía una
confianza con Javier que se convertía en cinismo ante tales comentarios. Romero
Lugo, ostentando cadenas de oro y paseando por “las calles de su gente” en una hummer h2 negra que contrastaba su color
cobrizo de la piel, pedía a Javier que invadiera otro terreno (pero eso sí,
fuera de la demarcación) para librarse de ese problema.
—Con
cinco mil pesos compro la comida de medio día de ellos…
Javier
le gritó.
Se retiró
molesto, por las bárbaras palabras de “su presidente municipal”, por quien votó
las elecciones pasadas creyendo en el “verdadero cambio social”.
Otro
día más, tuvo que vender las pertenencias y los recuerdos de alguna novia que tuvo
para sacar dinero, los lavaba, y otros los pintaba de colores para que no
notaran el daño por el tiempo y ponía una etiqueta al frente con la leyenda
“Gracias por darnos de comer” seguido de la foto de Tony y Fidel, un labrador
que llegó en pésimas condiciones por ser violado por su antiguo “dueño”, con el
ano destrozado y un miedo indescriptible; Fidel con más suerte, solo le quemaron
sus huellas porque rasguñó al “hijo pequeño” de 13 años.
Algunos
protectores le ayudaban con gastos y material en especie, pero a veces ni si
quiera ellos tenían para mantener a sus otras manadas de perros y gatos, y
dejaban de ayudarlo.
Días
enteros se quedaba sin comer para “ahorrar” en gastos y utilizarlo para ellos.
Recurrió incluso a ir a la central de abastos y esperar junto al puesto de
croquetas al mayoreo, para ver quien olvidaba un encargo y “volarse” el costal.
¡La
vida moderna es así! Que ni si quiera veían a Javier esperar horas para tomar
un costal y llevárselo sin pagar…
En
ocasiones creía que era tan invisible como los animales que el sólo veía.
PRIMERA ENTREVISTA
Teme por la seguridad de sus
animales y por la de él, ha recibido cientos de amenazas por parte del
municipio de Jaltenco, por denunciar en los medios lo ocurrido.
La cita se
realiza en la casa del amigo, del primo de una protectora por temor a una
trampa por parte de nosotros. Llega temeroso y las primeras palabras que cruza
son:
—¿Quién los
mandó? ¿De qué medio son?
Se limita a
contestar las preguntas, tiembla su voz.
DÍAS ATRÁS
El peregrinar de casa en casa, de
asociación a autoridades, de los medios o patrocinadores, lo agota y deprime
por las negativas de ellos. Piensa en arrojar la toalla, pero su departamento
que ahora comparte con más de cincuenta inquilinos y el coraje que corre por su
venas, al enterarse de cada situación de ellos, hace que siga e intente ahora
buscar el terreno que necesitan para habitar.
Un día, recibe
la llamada que esperaba meses atrás, al abrir su cuenta de banco para
donativos. Es Julia, su amiga que le da la buena noticia para al fin salirse de
esa unidad habitacional.
—Ha sido una
pesadilla seguir ahí con esos vecinos…
Los del 302
(departamento más cercano al de Javier), hicieron de todo para correrlo de ahí.
Prendieron una bola de estopa bañada en alcohol afuera de la puerta de Javier,
mientras salía por el alimento. Esperaban que el humo asfixiara a los animales
y dejaran de aullar. Otro día mezclaron amoniaco con detergente para meterlo
con una manguera por debajo de su puerta y esperaban que bebieran su mezcla.
Incluso, le hicieron brujería con una bola de pelos y listones rojos que
colgaba sobre la entrada.
Javier
no podía hacer nada, tenía a las autoridades y a los vecinos de todo el
edificio en su contra.
Desde
esos días, dejaba encargada a su amiga Julia el departamento para que los
cuidara, mientras él iba por el alimento.
Era
un trueque rápido, le daban la comida y corría al departamento para no
ausentarse más de lo debido.
Pronto
corrieron la voz, algunos medios que empezaban y aun teniendo el ideal por el
que se metieron en “esta chamba” de poder denunciar las verdaderas injusticias,
lo entrevistan y graban su situación.
Por
esa nota (que salió a las once de la noche en Cadena Tres), fue que se enteró
un grupo que toca música de los Beatles, cuatro chicos que intentaban formar su
nueva banda, que guardaron sus canciones para tocar “las que si jalaban”.
—El
medio está tan peleado, que nos pedían cerca de ciento cincuenta mil pesos para
hacernos publicidad por internet y otros doscientos mil si queríamos entrar a
los festivales de rock que organiza “Bacardi”.
Optaron por
los “covers” y por ayudar a Javier con su música. Organizaron un evento con
toda una hora de música en vivo y bebidas de cortesía, el evento ameritaba una
fiesta en grande. Pretendían juntar el dinero necesario para adecuar el terreno
que ya habían encontrado para mudarse allá en unos días.
Algunos
llevaron pintura para las bardas del nuevo refugio, muchos eligieron llevar
costales de croquetas; quienes asistieron tenían hambre de música, pero más
hambre por ayudar a Javier. Compraron de todo para apoyarlo, hasta hicieron
playeras para recaudar fondos y salir de una vez del edificio. El evento
terminó a altas horas ya de domingo, con borrachos necios y otros protectores
queriendo continuar la fiesta. Fue así como se alcanzó la meta; y se lanzaban
nuevas oportunidades para las decenas de animales que ya iban a tener un
espacio más grande y con mejores atenciones que el reducido departamento de un
mesías anónimo y sin recursos.
Paradójicamente,
a un día de mudarse al terreno, con sus comederos, costales, juguetes y ropa
empacada. Javier salió por un último donativo que le faltaba…
SEGUNDA ENTREVISTA
—Nos quedamos
de ver por la Condesa, tratándose de donativos no puedo exigir que vayan hasta
Jaltenco…
Eran
aproximadamente las tres de la tarde, justo cuando el tiempo se detuvo para él.
Como
acostumbraba al ausentarse, Julia cuidaba los animales mientras leía un Tv
Notas o veía la telenovela del Dos; no solía llamar a Javier mientras se
entrevistaba con un patrocinador o un donante, a menos que fuera una emergencia.
Javier
se detiene unos minutos a comer en una cocina económica, pide dos tacos de
guisado cada uno en diez pesos, para solo tomar del gasto lo necesario. El tono
del teléfono de Javier (que es la nueva canción de Luis Fonsi), suena y en la
pantalla aparece: Javier casa.
—¡Llegaron
unas camionetas del antirrábico con uno hombres encapuchados!
Grita
Julia, pues ya se encontraban en la puerta del departamento tocando como si
quisieran derrumbarla. Cuelga sin decirle más.
Sube
al coche y toma Av. Oceanía. Cada minuto avanza a penas 5 coches, el sudor
escurre por su frente y el latido de su corazón oculta el de una ciudad con un
tránsito detenido por el tiempo, el flujo de personas caminando sin rostro ni
voz, un sol de las tres de la tarde, que quema y asfixia entre los coches que
se encuentra.
Recibe
otra llamada.
—¡Están
matando a tus perros!
Toca
desesperado la bocina, como si pudiera abrirse paso y tranquilizarlo esa
acción. Cierra el puño de la mano derecha y pega en el volante mientras su
llanto es incontrolable.
—En
ese momento quería que me salieran alas…
JULIA
Cuelga el teléfono y trata de
impedir la entrada a los encapuchados, les grita sin resultados y les pide que se
identifiquen. La empujan fuera del departamento, su resistencia no sirve y solo
hace que la tiren al suelo. Hay mucha gente alrededor, solo mirando una
impunidad total; son sus vecinos que apenas hace unas horas le daban a Julia
los “buenos días” y le pedían favores cuando llegaban a irse de vacaciones. Son
esos vecinos que se quedan parados, mirando como tiran y le pegan a una mujer…
Mientras
está en el piso, mira a siete hombres vestidos con chamarras negras y el escudo
del municipio de Jaltenco, regresan a las camionetas, también con el escudo
grabado, sacan cinco machetes, tres
cuchillos y una caja electrificada.
Entran
sin que nadie los detenga. Cierran y espera afuera un hombre con rifle por si
alguien intenta interrumpir su crimen.
Llantos,
primero de gatos y luego de perros, salen de la puerta. La caja electrocuta a
los veinte gatos de Javier, los perros son recibidos a tubos y machetazos.
Ella
llama sin dudar a Javier
—¡Están
matando a tus perros!
El
agente le quita el teléfono y pide a los policías que llegaban al lugar que la
remitan al MP.
HÉCTOR JOSÉ
Él, quien apenas conocía a Javier
por el evento organizado un día atrás. Estaba cerca del municipio.
—Me
llamó Javier para decirme que le habían avisado que estaban matando a sus
perros. Corrí hasta el departamento de Javier y fui recibido por personas de
negro, encapuchados con armas largas, machetes y tubos. Les pedí que dejaran de
golpear y machetear a los perros.
—¿Eres
el dueño de los perros? —Aquel hombre, que ni si quiera daba la cara le miró
con una desvergüenza que enfermó por días a José.
—¡No!
¡Pero son de un amigo y vine a ver qué pasa!
La
voz se le quebró ante los hombres que se le acercaban y ponían machetes cerca
de su cara. En ese momento lo metieron al departamento, golpeándolo con los
tubos y como si fuera poco, todos lo patearon hasta romperle sus costillas.
— ¿Sabes
que estás metido en un grave problema?
Le
dijeron los encapuchados, al mismo tiempo que lo tiraron junto a los perros
agonizantes.
—Alcancé
a ver a Tomás, un perro que gritaba desgarradoramente por el dolor de sus
heridas. Otro perrito que al huir, de un machetazo le cortaron una patita y a
pesar de eso siguió corriendo.
—¿Eso
es lo que quieres? ¡Pues eso tendrás!
—Me
aventaron sobre los perros masacrados. Me oyeron llorar por no poder hacer nada
por los perros. Les grité a los vecinos y todos se quedaron callados. Afuera
estaban policías municipales impedían entrar a cualquier persona. Junto con los
animales destrozados, me subieron a una camioneta y no me permitían subir la
cabeza, con las botas me la bajaban y quedé totalmente empapado en sangre de
los perros. Al ver llegar policía estatal, sentí un gran alivio, pensé que me
rescatarían, tengo muchos amigos en la policía estatal, pero no hicieron nada. Me
amarraron con cinta canela los pies, manos y me llevaron al MP quien no
encontró ninguna razón para consignarme, por lo que me volvieron a subir a la
camioneta y me fueron a tirar hasta una pequeña barranca no muy lejos de aquí.
Desde ahí me regresé caminando y aunque son las dos de la mañana, estoy vivo.
JAVIER
—¡No quiero hablar más del tema!
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