domingo, 10 de abril de 2011

Ápice


En una comunidad… una de tantas que ni si quiera figuran en el mapa o aparece registro de ella en la historia por su efímera existencia en el mundo “real” Aunque para fortuna de ellos resulta sin importancia, pues mientras más alejados estén ¡mejor!

Casi en la punta del último cerro que culmina la cordillera, ellos con una población a penas rebasando los 400 habitantes radican en “la cima del cielo”, pues no necesitan si quiera voltear hacia arriba como lo hacemos nosotros tratando de buscar figurillas en el cielo o con suerte y la luz de la ciudad lo permite, contemplar una que otra estrella que anuncia esta opacidad la lenta llegada del modernismo y trae con ella la nublosa realidad que creemos disfrutar tanto o más que los que pueden llegar a estar tan apartados; ellos: afortunados por estar entre las estrellas y tocar la neblina que nosotros creemos nubes, no necesitan levantar la vista, sino con él café preparado sostenido en la mano derecha para “aguantar el frío” voltean a un costado y al otro, y ahí yacen las figurillas, no las que pensamos, pero si otras que ellos llegan a encontrar: la humildad ubicada a las faldas del cielo y una pobreza extrema dibujando su silueta aquella neblina que se ha estancado ahí.

Huele a tierra mojada todo el tiempo, además del infaltable olor a café quemado por permanecer tanto en el fuego.

La leña recolectada para el maíz fresco que muelen desde las seis, para acompañar los frijoles que se cocinan únicamente en la comida pues en el día y noche con un café para acostumbrar al estómago.

Ahí entre el nogal, cedro, abedul, pino, ocote y por las casas de adobe ficus que “adornan” la entrada, se cuelan los rayos del sol cada mañana para dar paso a la humedad que suelta la verde picada del cerro donde ahí han hecho su hogar.

Ellos que tan apartados creíamos están del mapa de la ciudad devoradora de gente y discriminante de humildad, tierra y “fuego”, apareció sin anuncio o sin bienvenida una fuerza trayente por la necesidad de dominio y combate por una cima, en un principio cubierta de nubes y ahora descubierta por el humor de 54 soldados armados y persuadidos por la creencia de superioridad y poseedores de todo terreno perteneciente a “minorías” o indígenas que ni si quiera conocen sus derechos.

Y pese a los 208 hombres que habitan ahí, 54 o incluso la mita o hasta 1… podían doblegar y abusar de toda la comunidad por el rifle que portaban en la espalda.

Ahora la tierra mojada sosteniendo botas de hule, 11 camionetas y con el olor a ceniza por ir en su camino apagando todo aquel “sincero fuego” que a su paso se les cruzaba, adornaban lo inalcanzable para muchos y donde nunca los habitantes de ahí pensaban sería descubierto por pertenecer a la ajena realidad.

El café esparcido por el suelo de adobe, los frijoles que ese día pretendían ser para la comida, algunos troncos permaneciendo sobre la tierra junto a una cabaña, atestiguaban el doloroso crimen perpetuado ahí: la violación de su entrañable guarida, su preciada identidad, la violación a su persona y la llegada permanente a su región; que resultaba ser más hiriente esto último, que las agresiones de las que eran testigos los hombres, con una impotencia de no poder hacer nada, o sí la valentía les ganaba y se apresuraban por quitar las manos de sus hermanas, mujeres o hijas atemorizaban este acto con un balazo justo en la cien a quien cruzara la línea hecha por la leña y los frijoles del piso.

Ese 4 de mayo paso todo, menos la creencia de que ni el “cielo” pueden dejarlos en paz.

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