viernes, 18 de octubre de 2013

Lágrimas de Mezcal



Ante la melancolía de un amor perdido, no hay más remedio y cura para un corazón herido, que remojarlo en mezcal y darle un poco de tabaco para que el sabor ácido del último beso pase inadvertido por las papilas gustativas quemadas por la furia de la mujer al decirle adiós.

La cantina concurrida cuando se piensa en la muerte, permanece con los mismos viejos conocidos de hace unos años: Son viejos estancados, como mobiliario que adornan las esquinas, la rockola y la barra del tugurio “Infernal”; es entonces cuando por dolor, se decide retornar a la posición fetal, para abrazar la mesa de aluminio con la leyenda casi desvaneciendo: “La Victoria es nuestra” de aquella placa que sufre el óxido de cientos de lágrimas estancadas que corroen el esmalte rojizo de la paradoja de la derrota amorosa.

Al punto de las doce de la noche su mejilla ya estaba pegada al frío metal, en la cual una laguna de lágrimas y mezcal ya habían hecho estragos sobre la placa que parecía lista para ser grabada:

Su dedo índice con el pulso de una persona intoxicada por amor, dibujaron la silueta de la princesa azteca que hace un par de horas lo había rechazado a unos días del ritual de su pasión, Don Guadalupe fue sustituido por la mítica leyenda de una imitación de Hernán Cortes: Tal garbancero enmontado en una mula y vistiendo como en una fiesta de disfraz, por debajo de la armadura prestada, la manta de sus calzones con grabado de epazote, calentaba su cuerpo escuálido y temeroso, por ser descubierto con ese acento gallego que había adoptado por casualidad y tomaba prestado para impactar el bolsillo de la doncella, que también lucía igual.

El litógrafo sin observar lo que su dedo trazaba en la mesa, sólo sintiéndola con ojos cerrados y evocando el instante que la vio en la alameda con ese traje esplendoroso; terminó a su mujer idílica para presumirle a la estatua de piedra que permanecía en la barra, la mujer que lo llevaba a un paso de la muerte; el hombre que parecía inmóvil por más de 60 años, miró de re ojo la creación, con agrietamientos en su corazón y la inevitable caída de polvo en su mezcal, se levantó y rio como hace años no lo hacía; pues aquella flacucha vestida con sombrero de seda; era la misma creación que había tallado el carpintero en la barra del lugar, con una llave que recuperó, después del infartó que le dio al verla partir con un tal“Rivera” muralista afamado y con la pinta a dinero, que a su flaca le solía gustar.

Las carcajadas cargadas de dolor, despertaron los adornos masculinos del burdel; entre los escombros que dejaban al levantarse y acercar su mirada, aún se veían los retratos de la catrina engañosa que había llevado a la muerte a más de un caballero: En la rockola, el músico que murió por escuchar decirle “Je t'aime” a un arquitecto francés que supervisaría la construcción de un palacio, devastó su sistema nervioso y con pedazos de canciones dibujó, la cruel mujer responsable de su arrítmico dolor. También se trataba de la misma mujer que jugaba con sus pensamientos a tal grado, de llevarlos a la muerte.

Así, en cada rincón del “Infierno” permanecieron por generaciones, los grabados que el pobre Posada, había descubierto; la sin vergüenza escalofriante, lejos de ser una princesa de ensueño, era un amargo veneno en su boca, por el cianuro suministrado por el dulce amor de su Calavera Garbancera.

domingo, 14 de abril de 2013

Observación

La luz natural conmueve, hasta el punto de contradecir a escépticos que niegan al todo contenido en un UNO. La luz artificial determina quien es quien en el escenario vida: un ogro con sombra entre los surcos del rostro, o un ángel divino en una simple cafetería. 

La suave luz continúa del amanecer colado por las vigas: Son esporas que bien se confunden con una maqueta de nuestro universo. 


Los colores intermitentes de una noche de primavera en el centro, me llevan a un Brasil o porque no hasta la gran manzana (pese a que nunca he estado ahí).

La luz convierte a los desconocidos en conocidos, a un espacio arrumbado entre el polvo, en un perfecto fondo de contra luz para evocar nostalgia. La luz es emociones y nuevos significados que presuntamente eran imposibles y viceversa.  

martes, 1 de enero de 2013

Teoría sobre ti


Es la suave masa del barro que nos forma allá arriba,

el taller de orfebrería de vida humana, al lado del taller de cristal soplado de sueños.

Un artesano con mandil blanco prepara su siguiente obra.

-Única e irrepetible.

Realiza el ritual en la última hora antes del amanecer

-Ocaso de vida y de muerte.

Lava sus manos con agua de lluvia, obtiene de un horno el molde hecho por cada ocasión, la mesa creadora es colocada en la resolana del sol. 



El barro aun tierra es tocado por las manos divinas, basta con imaginarlo en ese instante para saber que forma tomará y la misión que desempeñará. Aquella masa se excede en peso y figura, corta con precisión su contraparte, sobra para sacar una pieza más; separa la materia y están listas para enviarse al escaparate del piso de abajo. El filtro durante el envío del taller al Tianguis humano es controlado por el segundo del artista principal, anhela tanto que salga mal la repartición y creación de piezas que le parece una falta enorme de una misma pieza entregar dos.

-¡Son prácticamente iguales! ¡El caos universal si se encuentran!

El artesano sonríe y empaca para ser entregados. 


El artista aprendiz, separa cada obra...

-El tiempo y espacio no deben coincidir.



Toma la primera pieza hecha y la guarda en una bodega llena de pilas de papeles viejos:

Propaganda de campañas pasadas, periódicos de años cuarentas, actas de nacimiento extraviadas y rastros de un gran incendio que no permite circular la vida que llevan las hojas moradas de plantas medicinales.

La segunda la envía pasando la frontera de Aztlán, verdes valles y una vida lejana para las esporas que crecen en la piel de porcelana de la primera figura ya enterrada en el panteón de papel.

La unión pactada desde su creación se pospone en kilométricos años, en siglos de lugares y en tristezas acumuladas por el vacío en el pecho de sentirse incompletos.

Para cuando otro incendio ha consumido las reliquias del almacén, el instinto de supervivencia por llenar el agujero de más de 30 centímetros ya notorio en el pecho de mármol, provoca que por olfato y tacto descubra bajo postales de animales extintos, una extraordinaria figura con la etiqueta de “hombre”, su vocabulario no entendía que significaba hasta destapar como los dulces, el envoltorio de periódico que ya estaba adherido a él.

Mira cada uno en sus rostros de madera, la extraordinaria semejanza de las fibras que hay debajo de esa capa de papel y de piedra blanca que disfraza la pieza que encaja en el hoyo sustituido por vagos y falsos recuerdos.

Su mano recién descubierta y expuesta al sol, muestran las letras adheridas de los periódicos viejos sobre él.

Conocen el tiempo a esperar, la limpieza tardará años, sin embargo, deciden esperar que desaparezcan todas aquellas tristes noticias, pasadas palabras, recuerdos ajenos y textos de otros tiempos.

El re encuentro vale más que toneladas de papel.