Si la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida
presente sería una burla cruel
Mahatma Gandhi
Por ella no pasaban los años. Era
de buena madera, tal como el ébano: Fuerte en el carácter, suave al tratarla y
con quietud en su ornamental rostro.
Mirarla, era
como retroceder al último encuentro con ella, pues el polvo entre sus
repliegues de la cara, corroían su escondida sonrisa detrás del armazón pintado
de oro de sus lentes.
Su voz
(abrazada por dientes con coronas de metal y porcelana), era enérgica, tenaz y
sólida; pero era también la que dulcemente cantaba a sus nietos entre sus
brazos con un rebozo rayado de colores, coplas que aprendió en medio del campo,
allá por Ciudad Guzmán, mientras trabajaba a los cuatro años.
Desde niña,
era tallada y pulida con las más rudas herramientas: su pasajera niñez concluyó
a los cuatro, cuando difícilmente podía alcanzar el lavaplatos con un banco en
la casa en la que trabajaba como “sirvienta”. Quizá tener como escuela la
limpieza de un hogar ajeno, la hizo ser la más estricta en la limpieza, ahora
sí, en su propio hogar; además de que esa vida le arrebató las letras, a
diferencia de sus hermanos varones (por cierto).
Pese al
analfabetismo forzado, se valió de artimañas para las cuentas del “mandado” y
su rápida memoria para relacionar el dibujo del producto con lo que le pedían
sus patrones “los americanos”.
Contaba mi
abuelita, para, entre sus historias dolorosas, cultivar a sus nietos en la
honesta humildad:
—Ellos tenían
costales de dinero ¡eran dólares! Y yo nunca tomé ni un alfiler…
En esas tardes
interminables, dónde el sol se detiene en la copa del árbol para alumbrarnos
aún en la noche, las historias de la mujer que cocinaba, planchaba y todavía
recortaba las hojitas de sus cinco nietos que aún no florecían; hacía que
permanecer ahí fuera un paraíso de olores provenientes de las ollas de barro,
peltre o vaporeras, que ardían bajo el templo de la mujer: la cocina.
Cuando
gozábamos del fruto de la creación de sus manos, podíamos tener el privilegio
de sentir una explosión en el paladar como el recorrido por una tierra lejana. Que
pertenecía a los años en que la verdadera cocina venía de la tierra y no de un
recetario ahora televisado por el canal 2.
Su babero
(siempre con el uniforme de la ama de casa) portado con una singular elegancia,
y debajo de él, su pulcro tronco impresionante: blusas que parecían almidonadas
por el cuello y faldas tan rectas que se paraban solas. Medias color piel y
zapatos negros, claro, tal como espejos.
Ella es el árbol
que sufrió la pérdida de una hija con tres años, arrancada por la extrema
pobreza que le facilitó a la poliomielitis la entrada a su jardín. Ella, era de
esa madera que por fuera parecía tan fuerte, pero al interior, nadie se
imaginaba que sería comida por las polillas de desdicha en una depresión oculta
por su demencia senil.
Pero alrededor
de la tierra donde ella nació y creció, dejó alimento a muchas aves, incluso
proporcionó las semillas que formó a varias plantas que aspiran a ser, tal cual
ese tronco colosal algún día fue.
Su muerte no
es cuestión de tristeza, es alegría porque ya vive con Dios. Abuelita, siempre
permanecerás con nosotros.
Escribo en una
tarjeta blanca:
Q.E.P.D.
Ramona Guzmán Ramos
1920-2009.
2 comentarios:
Siento mucho lo de su abuela
Q.E.P.D su abuela Ramona.
Yo perdí a mi abuela hace 4 años, un día antes de mi cumpleaños, el cual ya no festejo, es mi manera de rendirle tributo y nunca olvidarla, fue dificil, es el primer pariente cercano que pierdo.
Q.E.P.D
Dentro de lo que cabe, es una excelente crónica, de una mujer que toda su vida saco la casta, como hija, madre y abuela.
La importancia de una persona se nota cuando queda grabada en la memoria de las personas que las rodearon y mas cuando transmites en narraciones las historias que alguna vez ella te platicó alguna vez.
Me da gusto que retomas el gusto por la pluma y plasmes en palabras tus sentimientos.
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